INTRODUCCION
Hace casi dos años descubrí que
mi hijo de diez era intolerante al gluten y nuestra vida familiar sufrió un
giro imprevisto. Aunque él era el más afectado, todos nos vimos involucrados
incluyendo mi hijo mayor que no era intolerante pero que también se vio
obligado a cambiar hábitos alimenticios para hacer más fácil la vida en casa.
Nos pusimos manos a la obra y retiramos de la noche a la mañana:
harinas, galletas, pan rallado, dulces, etc. Aún recuerdo con amargura esos
momentos en los que al retirarlos sabía que mi hijo nunca más podría consumirlos,
ni siquiera sus dulces favoritos.
Para combatir estos sentimientos de tristeza e impotencia me fui directa
al supermercado y llené un carro de productos sin gluten con gran perjuicio
para mi bolsillo, pues, y esto fue otro hallazgo, comprobé los precios tan desorbitados de los mismos como si su consumo se tratara de un capricho o una opción (como lo de
ser vegetariano) y no como un problema de salud relevante.
Afortunadamente para nosotros, mi hijo demostró una madurez que no
me esperaba. Su entereza y responsabilidad para cambiar su alimentación
radicalmente de un día para otro me resultaban increíbles para su edad y me
ayudó enormemente en mi tarea. Mi hijo
no tenía síntomas importantes, de hecho su diagnóstico fue casual como algún día contaré en este blog, por eso
el diagnóstico se había retrasado hasta su edad; sin embargo rápidamente asumió
que “el trigo” era un veneno para él que lo estaba matando a fuego lento sin
darse cuenta y lo apartó sin contemplaciones de su vida cotidiana.
Con la despensa llena de comida sin gluten (agradecí enormemente la
existencia de cadenas de supermercados como Mercadona que tanto alivian la
tarea de la compra al identificar fácilmente los productos sin gluten) y la adquisición
de un robot de cocina para hacer masas y otras recetas, nuestra vida parecía
volver a coger el rumbo.
Pero seguía habiendo dificultades: comedores escolares, restaurantes,
viajes al extranjero, cumpleaños de amigos… Cosas que ya no podía controlar tan
cómodamente; y es en todo ésto donde Internet jugó un papel clave; con sus
foros y blogs suponía para mí un pozo de conocimiento del que bebía y sigo
bebiendo con asiduidad. Especialmente en los viajes me ha resultado fundamental
la información obtenida a través de la red.
Acabamos de regresar de nuestras vacaciones en Italia contentos y
satisfechos y he pensado que ha llegado el momento de expresar mi gratitud en
forma de blog con el que espero poder ayudar a otros como antes a mí me ocurrió
y poder allanar el camino de tantas
personas que no toleran esa pequeña proteína “el gluten” que parece estar en
todo y que tanto marca nuestras vidas. Pues sí, es posible vivir sin gluten y
hacerlo bien disfrutando como el que más y compartiendo entre todos nuestras
experiencias estoy segura de que lo conseguiremos.
Un saludo desde Málaga.